SPECULATIV

(Español Debajo)

A collection of frozen props under the even light of a laboratory. A winter bonsai garden with crystallized carnivorous plants in an environmental freezer. Fluorescent reflections for a futuristic parody. Heavy Metal renditions of antediluvian ferns dyed in a bone-like fosforescence as if drowned in a strange, malevolent light.

All of a sudden, the halo of a warm hue extends and sustains in its reverberation alongside a few geometric notes, while everything breathes a post-volcanic air: a paralizing ash tide has fallen over the idealized dream of aesthetic order, submitting it to a regenerative cryosurgery, converting it into an essay of hermetic compositional devices whose meaning is only a hint of a presence, the misleading merchandise of forgetfulness.

In between cotton-like inflammations, like embalmed sea urchins impregnated by a radiant poison, hints of puzzle pieces ovelap themselves and appear like the balance offered from an imaginary world in demolition, vegetative remnants that float autonomously in a placental suspension, where the exiguous linear angulations are the isolated outline of a scale measurable only in appearance.

In this neo-objective anthology by Dolhare, the proportions, the physical relationships, the reluctant perspectives, the Manichaean anomalies have the stillness of the disposable exercise, of the document that is passé, and at the same time, they hold the threatening silence of a countdown, that simulates adhering itself to the shell of the world only to usurp it from one moment to the next, like an alien. We are in the lobby, or in the waiting room, of a facility designed in sterile elegance, without any utility or power to stimulate, with a pressing and desperate nomadism as our only companion.

A hallucination of protypes – industrial, constructive, architectonic – installs itself in front of the observer to induce him towards a metabolic rather than psychological test, as if the objective were to measure not the musculature of the reaction but the vital organ of inaction, of paralysis as a program, for a new onthology of the perceived symptoms. Like amphibious aquatic plants on a semantic plasma, familar fragments of emblems and allegories float above, between manual cuttings of military engineering or aeromodelling, ecclesiastic sculptures, remains of decorative Erector sets, and some icon of surreal influence. Any foreign residue of pictorial style or civilized typography can interfere in this conversation of misunderstandings, and give a false clue where we think we are given an appointment.

The Dolhare planet is a toy store of anachronistic scale models, a mathematics of volumes undaunted and speculative machinations where each element has a place that encrypts it in an unstable perennial state, unmovable, as if only like this, in this sort of magalomaniac standby of momumental pause, the vital flow and reflux of the rupturing lobe of thought and conscience could pradoxically be turned on. They are a taxidermist’s still life—naturalezas muerta—emptied out of the political corrections of the genre, abandoned to a circuit where “natural” and “dead” would not be canonical terms of the same equation, but experimental qualities for an embyonic, new objective and linguistic biology, as if Dolhare is setting out to reset, with an autopsy of the exterior evidence, the outcome of the visible logic and of objects at their zero point, at their most critical, cryptic and terminal moment.

Eduardo Stupía

SPECULATIV

Un depósito de utilería congelada bajo la ecuánime iluminación de laboratorio. Un jardín de invierno bonsái con plantas carnívoras cristalizadas en un freezer ambiental. Reflejos fluorescentes para una parodia de desván futurista. Versiones Heavy Metal de helechos antidiluvianos teñidos de ósea fosforescencia, como ahogados en la bonaerense luz mala…

De repente, el halo de un color cálido se extiende y sobrevive en su reverberación junto a las escasas anotaciones geométricas, mientras todo respira un aire post- volcánico: una marea de ceniza paralizante ha caído sobre el sueño idealizado del orden estético para someterlo a una criocirugía regenerativa, convirtiéndolo en un ensayo modal de herméticos aparatos compositivos cuyo sentido es apenas la mueca de una presencia, la engañosa mercadería del olvido.

En medio de inflamaciones algodonosas, como embalsamados erizos impregnados de un veneno radiante, se superponen los guiños de un puzzle de piezas que parecen los saldos en oferta de un imaginario en demolición, residuos vegetativos que flotan autónomos en suspensión placentaria, donde las exiguas angulaciones lineales son el esbozo aislado de una escala mesurable sólo en apariencia.

En esta antología neo-objetivista de Dolharre, las proporciones, las relaciones físicas, las renuentes perspectivas, las maniqueas anomalías tienen la quietud del ejercicio descartable, del documento pasado de moda, y a la vez ostentan el silencio amenazante de un poder en cuenta regresiva, que simula adherirse a las cáscaras del mundo sólo para usurparlo de un momento a otro, como un alien. Estamos en el lobby, o en la sala de espera, de un establecimiento diseñado en clave de elegancia estéril, sin ninguna utilidad ni capacidad de estímulo, con la única compañía de un acuciante, desesperado nomadismo

Una alucinación de prototipos – industriales, constructivos, arquitectónicos – se instala frente al espectador para inducirlo a un test metabólico antes que psicológico, como si se tratara de medir no la musculatura de la reacción sino el órgano virtual de la inacción, de la parálisis como programa, para una nueva ontología de los síntomas perceptivos. Como camalotes anfibios en un plasma semántico, sobrenadan familiares fragmentos de emblemas y alegorías, entre recortes de manuales de ingeniería militar o aeromodelismo, esculturas eclesiásticas, sobras de meccanosdecorativos, y algún ícono de influencia surreal; cualquier resabio ajeno de estilo pictórico o topografía civilizada puede inmiscuirse en esta conversación de malentendidos, para dar una pista falsa allí donde creemos leer una cita.

El planeta Dolhare es una juguetería de maquetas anacrónicas, una matemática de volúmenes impávidos y maquinaciones especulativas donde cada elemento tiene un lugar que lo encripta en una perennidad casi rocosa, inamovible, como si solamente así, en esta suerte de stand bymegalómano, de pausa monumental, pudieran paradójicamente encenderse el flujo y el reflujo vitales en el lóbulo rupturista del pensamiento y la conciencia. Son naturalezas muertas de taxidermista, vaciadas de la corrección política del género, abandonadas a un circuito donde lo natural y lo muertoya no serían términos canónicos de una misma ecuación, sino cualidades experimentales para una embrionaria, nueva biología objetual y lingüística, como si Dolhare se propusiera resetear con una autopsia de la evidencia exterior el devenir de la lógica visible y el grado cero de las cosas, en su momento más crítico, críptico y terminal.

Eduardo Stupía